Frustración de estar atrapado en un solo cuerpo que es capaz de habitar un solo lugar a la vez.

La efimeridad es, quizá, una de las drogas más adictivas que podemos encontrar. Es tan adictiva, que ni siquiera existe en el diccionario. Pongamos que quizá sea porque a algo tan breve no merezca la pena llamarlo por su nombre. O que no nos atrevamos a hacerlo todavía.

Lo efímero es la nicotina recorriendo las venas de un fumador que respira a medio gas. Es una canción desesperada sin un estribillo más al que agarrarse. Es una fecha de caducidad condenada al yugo del calendario. Es una despedida anticipada, es un peaje sin retorno, es un tequila sin sal.

Efímero es un imposible bañado en el oro blanco de lo improbable. Son quilates de oportunidades remotas que brillan juntas y convierten en notas alardes de instantes que sabes, a ciencia incierta, que es muy posible que no se repitan jamás.

Pero al final, al final de los finales, efímero es todo aquello que no es igual a nada. Es todo aquello que imaginamos, incluso los para siempre con saliva. Entonces, en mitad de la tormenta de momentos que pasan para no marcharse, uno decide tirarse a las vías de todo aquello que le pueda atropellar. Para bien o para mal. Para siempre o para nunca. Qué más da.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *