Felicidad auténtica, profunda y duradera al margen de las circunstancias.

Al final, como con todo, ser feliz se termina convirtiendo en una opción. Ni siquiera una meta, o un estado, o una consecuencia.

Digo esto porque he visto sonreír a un amigo que perdió a su padre y a su madre con tres semanas de diferencia. Le he abrazado hecho pedazos y le he visto rehacerse, resurgir. Aprender a soltar y crecer hasta ser quien siempre soñó. Alguien de quien sus padres, estoy seguro, como pocas cosas en este mundo, estarían tremendamente orgullosos.

También he visto a otro, recién ascendido a un puesto de bastante prestigio, quejarse amargamente. El dinero no compensaba la responsabilidad, la presión, el estrés.

Por eso pienso que, al final, poder ser feliz o no es una actitud. Cómo vemos lo que nos pasa, cómo enfrentamos lo que tenemos delante, cómo vamos a hacer para salir de esta, para seguir adelante.

Los hay que se maldecirán de esto, y de lo otro. De que no tienen dinero, de que no han tenido suerte, de que con las cartas que la vida les ha dado, no pueden siquiera plantar una batalla. Que no creen en lo que quieren lograr, que no tienen pasión por aquello por lo que venden su tiempo. Mercenarios sedientos de un dinero que no tapa lo que esconde. Un vacío, una actitud negativa. Autocompasión y compadecimiento de los que nunca saldrá nada. El peligroso papel principal del mundo contra nosotros, de la queja, del llanto. La negatividad contagiosa, que impregna todo lo que tocan.

Por suerte, también los hay que, sin tener nada, o incluso creyéndolo, echan un órdago a la vida. Envidan a pares, a juego y a todo lo que pueden. Se arriesgan, unos kamikazes de todo lo que hacen. Que creen, que sueñan y que lo dan todo. Que no pierden el tiempo ni la energía en lo que no tienen, en lo que otros sí. Que dejan todo y se dedican a lo que siempre han soñado, sin importarles las horas, el esfuerzo ni las piedras del camino. Que, pese a tener todo en contra, a pesar de que ninguna casa de apuestas daría -en el sentido literal y también metafórico- un duro por ellas, se lo juegan todo. Tiran las excusas, el azar y el destino a la cuneta y se lanzan a 200 kilómetros por hora a por lo que quieren.

Casualmente, lo consiguen. Aunque yo diría, más bien, causalmente. Es la actitud, las ganas, la ilusión, la constancia, el trabajo, la perseverancia, la resiliencia… y tantas y tantas otras cosas más, las que les hacen triunfar. O fracasar y aprender. Pero que nunca se rinde, aunque la vida parezca haberles marcado con una cruz en el mapa de la desdicha. Y ellos creyeron, ingenuos y valientes, que aquella cruz no era más que el tesoro. Y fueron a por él y lo encontraron. Y fueron felices, no solo al conseguirlo, sino en el camino hasta ello. Lo encontrasen o no.

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